Resumen de la Parashá Sheminí
(Levítico 9:1-11:47)
Los cohanim asumieron sus cargos después de los siete días de iniciación. En ese momento toda la congregación estaba de pie en actitud reverente frente al altar, mientras Aharón ofrecía sacrificios por sí mismo y por la nación entera. Después que hubo bendecido a la asamblea, Aharón se unió a Moshé en el interior del Mishcán y a su regreso las porciones del sacrificio que estaban aún en el altar fueron consumidas por el fuego Divino. Viendo esto, el pueblo cayó de rodillas en adoración delante del Señor.
Nadav y Avihú, los hijos mayores de Aharón, ofrecieron incienso sobre fuego no consagrado y no tomado del altar. Una transgresión tal por parte de cohanim, que debían dar el ejemplo para el resto de la asamblea, era imperdonable. En consecuencia, ambos fueron condenados a ser consumidos por el fuego que venía “de la presencia del Señor”, y murieron instantáneamente. Aharón estaba abrumado por el dolor de esta tragedia, pero Moshé le explicó que los cohanim tenían la responsabilidad especial de mantener el elevado nivel de santidad requerido de ellos por Hashem.
Para evitar que los restantes cohanim se impurificasen tocando los cadáveres, los primos de Aharón, Mishael y Eltzafán (que no eran sacerdotes), fueron encargados de sepultarlos. Aharón y sus dos hijos restantes, Elazar e Itamar, recibieron instrucciones de no manifestar aflicción, para demostrar su sumisión a la voluntad de D-s. También se advirtió a los cohanim que no bebieran licor fuerte (como lo habían hecho Nadav y Avihú) antes de cumplir con sus deberes en el Mishcán, o de instruir al pueblo.
Aharón y sus hijos dejaron de comer su parte de la ofrenda de pecado llevada en nombre del pueblo, y el sacrificio se quemó completamente. Esto contradecía la orden de que una cierta porción de la ofrenda fuera comida por ellos dentro del Mishcán. En respuesta al reproche de Moshé, Aharón le explicó que puesto que el korbán se había tornado impuro y no había una orden específica de D-s respecto a cómo actuar en ese caso, estaba prohibido comerlo.
Pureza y santidad debían ser los principios subyacentes en la vida diaria entre los judíos. Aunque tenían permitido comer carne de animales, estaban restringidos en cuanto a la elección de alimentos, pues debían abstenerse de comer productos impuros, no casher. Sólo debían ingerir carne de aquellos cuadrúpedos que tenían completamente divididos los cascos y eran rumiantes. (Esto significaba que especies como el camello, la liebre y el cerdo estaban prohibidas).
En cuanto a peces, sólo debían comer los que tenían aletas y escamas. (Esto excluía los moluscos y otras especies semejantes). En cuanto a los pájaros, los de rapiña fueron declarados prohibidos. Algunos insectos y criaturas que se arrastran fueron clasificados como impuros.
Por ende, se hizo una distinción “entre lo impuro y lo puro, y entre los animales que pueden ser comidos y los que no pueden serlo”.
(Extraído del libro “Lilmod ULelamed” de Edit. Yehuda)
Comentario
¡Por Di-s!
En la Sección de Sheminí encontramos que la Torá prohíbe comer las formas inferiores de vida terrestre para que el hombre “no se torne repugnante”.
Maimónides enumera muchas otras cosas aborrecibles y poco higiénicas prohibidas por los Sabios por idéntica razón. En la conclusión de estas leyes, Maimónides declara: “Quienquiera observe escrupulosamente estas cosas, producirá dentro de su alma una enorme medida de santidad y pureza, y purifica su alma en aras de Di-s, como declara el versículo: -Os santificaréis y seréis santos””.
Ahora bien, si estas prohibiciones involucran cosas que, como el mismo Maimónides declara, “la mayoría de la gente encuentra repugnantes”, ¿qué necesidad había de que nuestros Sabios las prohibieran?
Maimónides es muy claro en sus palabras: “Quienquiera observe escrupulosamente estas cosas producirá dentro de su alma una enorme medida de santidad y pureza, y purifica su alma en aras de Di-s”. O sea, los judíos deben observar estas prohibiciones no solamente porque hacerlo les resulta natural, sino porque ello afecta la santidad y pureza de sus almas.
Aunque parecería que el aseo físico es secundario a la pureza del espíritu, hay entre ellos una relación que produce dentro del alma “una enorme medida de santidad y pureza”: la limpieza física hace de la persona un recipiente más apta para recibir la espiritualidad y el refinamiento que emanan de su alma.
La motivación global de esta ley nos resulta ahora comprensible, pero resta aclarar una frase aparentemente extraña empleada por Maimónides: “limpia su alma en aras de Di-s”. ¿Cuál es el significado de las palabras “en aras de Di-s”?
Con esta frase adicional, Maimónides señala la medida especial de elevación espiritual que obtiene quien es escrupulosamente observante en el cuidado de estas leyes. Cuando evita alimentos no solamente por su natural sensación de repugnancia, sino porque son los Sabios quienes los han vedado, demuestra que su servicio espiritual es “en aras de Di-s”, sin ningún otro móvil.
La persona puede servir a Di-s cumpliendo otras mitzvot, y lo hace porque Di-s así lo ha ordenado, pero nada demuestra que sea exclusivamente “en aras de Di-s”, sin móvil personal alguno. Quizás cumpla la mitzvá “en aras de Di-s” simplemente porque aún no ha logrado comprender la importancia de la mitzvá. A falta de un entendimiento racional de su parte, no le queda más que acatar el mandamiento “en aras de Di-s”.
Sólo cuando observamos aquellas leyes que ciertamente hubiéramos observado de todos modos pues lo hubiera dictado la lógica, pero no lo hacemos por esa motivación sino sólo por el deseo de satisfacer la voluntad Divina -pues “así lo han dispuesto los Sabios”- tenemos la certeza de estar enteramente consagrados a la voluntad Divina, y que nuestro servicio espiritual es “en aras de Di-s”.
Con estas palabras Maimónides no se refiere a que la persona purga su alma del mal y de la impureza que podrían haberse adherido a ella. El hecho de que su declaración aparezca después de que la persona ya “traído sobre su alma una enorme medida de santidad y pureza”, destaca que el tema en cuestión es la máxima pureza espiritual, aquella que nos permite librarnos de una realidad egoísta, centrada en la propia lógica, para que nuestro servicio espiritual sea efectiva y exclusivamente “en aras de Di-s”.Cuanto más se aproxima el hombre a Di-s, tanto más toma conciencia de la imperiosa necesidad de apartar de sí todo vestigio de egoísmo en su servicio espiritual para lograr un grado de espiritualidad en el que todo sea “en aras de Di-s”.
Basado en Likutéi Sijot, Sheminí 5749